Quinto capítulo: Lo extraño me atrae
TEXTO: María en la Luna. Vuelta a la rutina, a mis 24 años y cumpliendo un sueño que era empezar mi paseo por el mundo, primera parada Barcelona, me sentía infeliz. No lograba encontrarme y mi cabeza no cesaba en hacerse preguntas, en volar con bata de cola sobre los pies de la luna y aterrizar forzosamente sobre una orilla que limpiaba mis lágrimas por la poca destreza de mi alma.
¿Por qué no lograba apartar pensamientos tan superficiales, como el recuerdo, para comerme el presente que me habría todas sus puertas?
Sí, tenía las ideas, pero no los ingredientes suficientes para cocinar mi postre.
Sin embargo, cuando sentía que despegar, después del fin de mi segunda historia de amor y mi inadaptación a la vida en aquella bella ciudad Condal, iba a ser un suplicio, la casualidad, (ay esperar yo ya no creía en las casualidades), así que diré que la vida puso ante mí al que se convertiría en la mayor pasión de todo mi recorrido hasta hoy.
Aquel desconocido que imantó mis ojos, después de un comportamiento un tanto extraño durante la primera hora de entablar conversación conmigo, nos llevó a su casa a dos amigas y a mí. En realidad íbamos a acercarle porque no llevaba coche. Pero ya en aquel momento mostró sus dotes de ‘labia envenenada’ cuando nos convenció de subir a su casa, a las 3 de la madrugada, para enseñarnos su nueva freidora y que probáramos sus croquetas congeladas que estaban “increíbles”, nos dijo con toda su cara. ¿Aquello era un chiste? porque no se reía al proponerlo, estaba muy serio hablando de su nueva adquisición culinaria y su destreza para cocinar croquetas que salían de una bolsa y se lanzaban a un litro de aceite. Incluso ahora que lo recuerdo se encienden mis dientes en una amplia carcajada.
Era alguien distinto a todo lo que había conocido hasta ese momento.
Una hora de habladuría sin sentido, pero que enganchaba tanto… nos dejó atontadas.
“Bueno señoritas, ya que dejan mis aposentos, id dándome una a una sus teléfonos”, ordenó con mucha gracia.
Nosotras nos mirábamos sin comprender nada … tuvimos que recordarle los nombres, pero allí estábamos obedeciendo a aquel ‘chalado’ que nos poseyó una noche de mayo.
“Bueno, ahora te toca darnos el tuyo”, dejé caer.
“No. Nunca doy mi teléfono por el miedo a que no me llamen”.
Eso, a día de hoy, sé que es totalmente incierto.
No había terminado de ponerme el pijama cuando sonó mi móvil. Una de mis amigas se había quedado a dormir en casa porque a la mañana siguiente se casaban el príncipe Felipe y Leticia y quería que lo viéramos juntas. Sí, una de esas fricadas que solemos hacer. Tanto ella como yo nos miramos y sin comprobar quién llamaba a esas altas horas de la madrugada lo teníamos claro. Mi amiga me miró y sólo pronunció tres palabras: “Hija de puti”. Nos había gustado a las dos.
Los planes que me propuso para el día siguiente se torcieron por temas familiares míos, pero eso no impidió que nos viéramos, aquella noche se unió al plan con mi hermana y sus dos nuevas amigas, las mías.
Para mí, desde que mi hermana se convirtió en adulta, hacía unos cuatro años, su opinión ha sido incluso demasiado relevante en mi bienestar. Algo de lo que hablaré más adelante.
Aquella noche me dijo: “Está muy bueno, pero es muy raro María, incluso me ha tirado a mí los trastos como el que no quiere la cosa”.
Aquello hizo poso en mi interior pero no abandoné las ganas de conocerle.
Al día siguiente era domingo y esa madrugada volvía a Barcelona porque a las 9 de la mañana tenía que estar en mi mesa de trabajo. Por aquel entonces era secretaria de dirección en una empresa de Seguros, por las tardes iba a la Universidad y cada dos fines de semana trabajaba en una agencia de comunicación haciendo crónicas deportivas.
Él insistió en llevarme y recogerme de Mestalla, en aquel momento era una adicta al fútbol, con un coche que tuvo que pedir prestado. Pero acepté. Me hacía tanto reír. Prometía tanto aprendizaje. Esa noche acabamos hablando durante horas en su coche prestado debajo de casa de mis padres. La noche pasó tan rápido que cuando se me ocurrió mirar el reloj faltaban 60 minutos para que saliera mi tren.
Mostraba interés por todo lo que le contaba, con la boca abierta, como si hubiera conocido a la musa de sus sueños, así me hacía sentir. Antes de bajar del coche, de una forma muy ingenua, a primera vista, pero muy estudiada, me dice la experiencia, me pidió un beso. Aquel beso se convirtió en minutos tocando el cielo.
Cuando cogí el tren no pude dormir, cuando llegué al trabajo no pude trabajar, cuando fui a clase lo veía de pie riendo y hablando, cuando llegué a casa mis ojos se apagaron, no podían más, pero acariciados por sus últimas palabras: “Por fin conozco a alguien que me interesa de verdad, y vive a 400 kilómetros de mi casa”. Él era Vasco pero afincado en Valencia por trabajo.
¿Volvería a saber de él? Era una incógnita, pero me hizo creer, por tercera vez, en mi fe, el amor, que tan presente ha estado en mi vida y tanto ha escondido mis otras esencias. Ni podía imaginar que iniciaba el fin de una vida, un punto de inflexión tras el que nunca fui la misma.
MENSAJE
El día cambió de color, al fin cambió de calor. Incitas al sol a que te haga suyo y le susurras que adoras su luz. Pasan los días adornados de rayos oxigenando la ansiedad de tu mañana y sin advertir de que será el día el que cambió tu color. Vivir del mañana haciendo tuyo el presente es el estado ideal del hoy, ya que si tus huellas pierden el contacto con el sol no serán tus dedos los que marquen la diferencia, La claridad que embarga las horas del sol, y que te dan la libertad de sonreír al mañana te salvan del ‘the end’ inevitable de un futuro resuelto, de mármol o de acero, pero resuelto.
Y hay más. El mismo esfuerzo hace el cielo en dibujarse de amarillo o de niebla. Pero no son las mismas noches las que acompañan a uno y otro color.
Después llegan las nubes y te encargas de vestirlas de lágrimas…te empeñas, te ofuscas. Aunque no te encierras. Y así ellas se desnudan cuando tú no lo esperas, y se enamoran del sol que asoma cabizbajo, pero asoma. Y le miras, le sonríes y empiezas a entender la belleza de una niebla que envolvió tus manos, enseñándote que no siempre son los rayos los que afloran en tu rostro. Que sí son las comisuras de tus canas las que abren el día y oxigenan el presente.
Porque cuando se cierra una puerta tú abres las ventanas de tu alma y desnudas, como si fueran nieblas, las oscuras golondrinas que volaron tu cama.
María en la Luna